jueves, 19 de agosto de 2010

La Cámara de Diputados: un búnker

Por Luis Contreras

Este es un edificio oscuro. Frío. Monumento de una familia vieja. De una vieja fortuna. Mira, desde abajo, al gobierno del estado, al Poder Judicial, a un ayuntamiento y a un par de iglesias, entre ellas, una catedral. Es un sótano.

Es el edificio sede de la Legislatura del Estado de México. Se trata de una estructura horrenda. Cerrada. Anverso y reverso de una cárcel. Metáfora de apando: fachadas cargadas de barrotes, bardas altas; una sola puerta: única entrada, única salida. Dos arcos detectores de mátales; guardias de seguridad con chicharos en los oídos. Es un búnker.

El exterior es repulsivo. El interior es mucho peor. Aquí cohabitan, hacinados, 75 diputados y sus secretarias, sus secretarios técnicos, sus choferes y escoltas, sus asistentes, sus secretarios particulares, sus rémoras y sus lacayos y también sus ayudantes. Además esta la burocracia. Son los quienes del Poder Legislativo. Dicen, la representación popular.

El interior aplasta. Hunde los pasos. Fragmenta. A pesar de ello, algunos muros fueron rescatados por el arte y son ventanas y espejos. Redes. El resto es plástico. Muebles que parecen de madera, pero no lo son; paredes que parecen de cemento, pero no lo son; alfombras que parecen de tela, pero no lo son. La materia dispersa y junta revela la  versión falsa y barata de una realidad que no alcanza a llegar, sino como un vislumbre, al edificio de la Legislatura. Sin embargo, parece. Aparenta. Simula y la simulación funciona. Pero sólo en el interior.

El interior es un silencio atestado de llamadas, teléfonos, celulares, faxes, correos electrónicos, chats, twitters, facebooks… Y en los silencios miradas, gestos, códigos, señales, amarres, acuerdos, convenios, tratados, oficios, reformas, un dictamen, una ley: la campaña política. Dentro del Congreso local sólo hay vida para el precandidato y para el candidato. El resto es resto.  Y también hay recursos, fondos, presupuestos, gestión… y en la gestión subasta.

Pero de todos los interiores de la Legislatura, es el salón de sesiones quien sintetiza y define a esta institución. En el salón sólo los 75. No hay lugar para los otros, sólo para los nosotros. El diseño es arbitrario, de una estética de facho, moribunda, como fuente de nada que no sea el rechazo. Las sillas más cercanas a las curules quedan lejos de todo. Apartadas. Todo es repelente.  

Así toda versión es incompleta. Lo popular es imposible. Si uno alcanza a llegar al búnker, entrar a el a través de los arcos detectores de metales, tener una silla en el diminuto espacio destinado al ciudadano durante las sesiones, verá, sin duda, que la representación popular es un mal chiste, tan malo que es difícil citar, aunque sea de compromiso, un diminuto… JA. La Legislatura local: un búnker. Visítela, si es que puede.



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