martes, 10 de agosto de 2010

HISTORIA EN RETRO

bajo la lluvia

por luis contreras

Valle de Chalco Solidaridad, Estado de México. Septiembre 2009

Llueve. El agua escurre de las azoteas. Inunda avenidas y patios. Hace charcos. Hace lodo. De barro estos caminos. Alguien cerró una calle. Puso una lona. Un templete. Sillas. Hay puestos llenos de artesanía. Comida típica. Botellas de mezcal. Del bueno. De Oaxaca. Toca una banda y esta tarde bajo la lluvia bailan.
En la tierra de Valle de Chalco sólo hay aridez. Parece que nada puede crecer de entre sus rocas y arenas. Sin embargo, en este lugar el realismo es mágico. De entre sus silencios brota el náhuatl. Llega a todos con poder expansivo. Cae de pronto, como una granada sin percusor ni seguros y entonces explota. La lengua indígena se esparce. Se riega por todos lados, como el agua de esta lluvia.
La palabra germina como una feroz enredadera, cubre las calles, escala las banquetas, las paredes, entra a las cocinas, a las salas, a los cuartos… llega a los tejados y en las alturas se dobla. No sólo es el náhuatl. En este lugar insólito se acumula el tlapaneco, zapoteco, seri, chontal, huave, mixe, tarahumara, totonaca, maya, mixteco, ñuu savi, mazateco, p`orhépecha… en la periferia de la ciudad de México, en su zona más oriente, laten como corazones las más de 45 lenguas indígenas de este país y algunas de Centro América. Laten y de latir nunca se cansan.
El Valle de Xico es el recipiente que contiene lo disperso. Emigrados del interior de la república, hasta este fragmento del resto, llega la tierra y sus ecos. Como una diáspora a la inversa. Después de China, México es el segundo país del mundo por su número de etnias. Valle de Chalco las tiene a todas viviendo entre sus cuadras. Hablando.
Este es el último fin de semana de septiembre y aquí se lleva a cabo el Encuentro Internacional "Movimiento Indígena y Desarrollo Local Hacia la Transformación de Nuestro Abya Yala", que agrupaciones de este municipio organizaron para escuchar propuestas, respuestas e iniciar proyectos que los ayuden a enfrentar la tempestad de nuestro tiempo.
En aulas del Tecnológico Universitario de Valle de Chalco se debate, se discute sobre gestión social, territorios indígenas, legislación, lengua, estatutos propios, desarrollos locales, mujeres indígenas, cuidado de la madre tierra, medicina tradicional, danza, espiritualidad… se trata de la raíz, el tronco, las ramas, las hojas, los frutos y la sombra del mismo árbol.

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Blanca Guamangate es una mujer indígena. Chaparrita. Esta en sus 40s y tiene unos ojos que destellan determinación y orgullo. Es Viceprefecta de la provincia de Cotopaxi en Ecuador. Esa región del país sudamericano tuvo gobierno español y luego meztizo. Hasta el 2001. Ese año por vez primera uno de los suyos llegó a la prefectura. Ella ocupa la segunda posición y viene a Valle de Chalco a decir qué se ha hecho y cómo.
Hay razón para escucharla. Fue allí en la región indígena ecuatoriana donde se acuño y se aplicó por vez primera el concepto de presupuesto participativo. Lo hicieron después y con éxito los bolivianos y los brasileños y luego otras regiones del sur del continente. "Ahora, Evo lo hace mejor que nosotros", dice Blanca con un tono de auto reproche.

El presupuesto participativo es el centro de la acción del gobierno de Cotopaxi. Lo que se hace es consultar a la población en qué se deben de aplicar los recursos que tiene la administración. Es una forma de hacer efectivo el concepto democrático. Llevan ocho años instrumentando esta lógica administrativa.

El 60 por ciento de la población de su provincia es indígena. El resto mestizo. En un aula del Tecnológico de Valle de Chalco, Blanca habla de entender al otro. De respeto. De valores. De Interculturalidad. De unidad y de cuidado de la naturaleza. Para lograrlo se necesita siempre una "minga". Estar juntos. No hay de otra. Sin embargo, esta tarde, detrás de su paz, Blanca parece preocupada. Ansiosa. En los músculos de su rostro hay tensión y tal vez rabia.

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Isabel Martínez tiene 20 años. Es mixe. Forma parte de la red nacional de jóvenes indígenas, es de Chimalhuacán en el Estado de México y vino a Valle de Chalco a darse una vuelta. Y eso hace. Va de un lado a otro. Atiende las conferencias. Saca fotos. Busca. A veces encuentra.
"Es estar seguros de lo que fuimos, de lo que somos, son mis raíces", dice y agrega que es necesario ayudar a la bandera, para hacer proyectos productivos, para levantarse. El rescate es primordial. Isabel esta lista para participar en el encuentro nacional de jóvenes indígenas que se llevará a cabo durante octubre en la Ciudad de México. "Cuando mis padres llegaron de Oaxaca no sabían hablar español", recuerda. "Lo importante es no perder la memoria".

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De esta misma pintura se desprende otro color. Uno amarillo. Como las mariposas de Mauricio Babilonia. Rojo. Elides Pechené viene también a dar conferencias. Es de la región del cauca, en Colombia. El es un wambia. Trae su gabán. Su sombrero. Además trae decenas, cientos de arrugas en un rostro que se ve sólo a través de sus fragmentos.
"Nuestros pueblos están en vías de extinción". Elides dice que al menos 34 comunidades indígenas de su país viven bajo el fuego cruzado y ominoso de una guerra civil. Esa que enfrenta al ejército con la guerrilla y a todos con la violencia del narcotráfico.
El es un dirigente indígena del Consejo Regional. Este cargo lo pone en el radar y en la mira de los fusiles. "El gobierno dice que nuestras organizaciones son subversivas, pero eso no es verdad", dice. Los indígenas colombianos han sido acorralados por la brutalidad que les llega de todos lados.
El ejercito mata a los dirigentes indígenas y luego los presenta como guerrilleros. El más reciente en junio de este año, cuando dos encapuchados se llevaron al dirigente indígena Marino Mestizo y le metieron tres balazos en la cabeza.  "Uribe aplica una política de muerte, de guerra", denuncia y agrega que aunque ahora hay mayor relación y solidaridad con movimientos sociales de Ecuador, Perú, Venezuela, Bolivia… los indígenas de Colombia siguen sintiendo el frío del aislamiento y soledad.


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Hay más ecos en este encuentro. Advertencias. Anuncios. Se va del horror al asombro. El sur le dice a México lo que quiere escuchar y también lo que no quiere. "Tal vez a ellos ya se les agotó la paciencia" dice Luis Nah, indígena mexicano, maya, sacerdote que un día está en París y otro en Londres o en Nueva York hablando con rituales, ceremonias, fuego y pieles desnudas y morenas. Calientes.
Aquí tenemos que decir no a la cultura de la guerra, no a la cultura de la muerte, clama el sacerdote con ojos fijos en quien lo escucha. Con insistencia, también, en quien no lo escucha. "Hay quien pone las armas, nosotros no debemos poner los muertos". Dice el originario de Playa del Carmen, en Quintana Roo, México.

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Tres días es poco tiempo para contar todas las historias. Pero es suficiente para escuchar algo. Algo bueno. Para entender de solidaridades. Para saber que aunque dispersos hay rasgos comunes. Caminos similares.
Blanca tiene prisa por regresar. El gobierno de su país intenta llevar a cabo la privatización del agua y ella dice que eso no va a pasar. El agua no puede comprarse ni venderse. La viceprefecta de Cotopaxi dice que están listos para la defensa de los recursos naturales de su país. Puede haber sangre. Muertos. Pero no permitiremos que eso pase. Anuncia. Seria. Segura de cada una de sus palabras. Es por eso que esta tensa. Ansiosa. Con rabia.

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También para octubre, Elides Pechené anuncia que en su tierra se preparan marchas y manifestaciones pacíficas para la defensa de los recursos naturales de su país. Señala que Uribe esta entregando poco a poco todo lo colombiano. Estados Unidos lo tiene agarrado, amarrado. El 80 por ciento del Plan Colombia se destina a la guerra y sólo el 20 por ciento a proyectos de desarrollo social. "Lo que quieren de mi país es el petróleo, las minas, alimentar transnacionales. Nosotros daremos el debate con el gobierno. A ver qué pasa". Dice.

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Hay muchas conclusiones y un solo mensaje. Lo mismo dice Blanca que Elides. Lo mismo Juan, el dirigente de Cualli Otli, agrupación que organizó el encuentro; lo mismo dice también Cristal Mora, de la asociación de radios comunitarias indígenas por Internet. Lo mismo Isabel y el sacerdote maya. Lo mismo a un lado y al otro del encuentro. En otomí eso que ellos dicen es el ñu boxte: ayuda mutua.
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Se acaban las conferencias. Sigue la lluvia y por lo pronto lo que espera es una calle cerrada. Con una lona. Un templete. Sillas. Puestos de artesanía. Comida típica y mezcal. Del bueno. De Oaxaca. Y si se quiere, música de banda. En Valle de Chalco los indígenas dicen que se puede bailar. Aún bajo esta lluvia.

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