martes, 21 de septiembre de 2010

carta para una hoja

SENTIMIENTOS ENCONTRADOS


Por María del Socorro Castañeda


Soy mexicana. Es la frase más simple que me viene a la cabeza para explicar mi condición. Vivo a miles de kilómetros de mi tierra. Será por eso que mi concepto de Patria ha ido cambiando con los años. Quizá la distancia me ha vuelto más sensible, pero al mismo tiempo -al menos así lo espero- más crítica y objetiva.

Hablo en primera persona, como pocas veces. Será que a fin de cuentas el amor patrio es subjetivo, íntimo, personal. Parece una contradicción y sin embargo, no obstante se trate de un modo para identificarnos con millones de personas, el ser mexicano lo vivimos todos de una manera diferente. Es un credo que no se recita, es una convicción que no se justifica. Es una pasión y por lo mismo, está exenta de raciocinio y obviamente, no se comparte.

Hace muchos meses que -sobre todo a través de internet- encuentro información referente al Bicentenario. He despotricado como pocas veces porque considero el festejo un gasto excesivo, un desperdicio imperdonable en un país cuyas condiciones económicas deberían ser consideradas seriamente para establecer prioridades.

Es como pensar en las humildes familias que se esmeran y se sacrifican hasta el absurdo para festejar un bautizo, una boda o peor aún, unos quince años. Por unas cuantas horas de pachanga se esfuerzan hasta la exageración para al final quedar mal con todo el mundo y sufrir la tremenda cruda del día después, cuando aparte de todo tendrán que enfrentarse de nuevo a la cruel realidad, y no serán seguramente más felices, aunque eso sí, no habrá quien les quite lo bailado.

Entre hermosos fuegos artificiales, en una impresionante fiesta, posiblemente la más emotiva de siempre, los mexicanos festejamos el Bicentenario de la Independencia nacional.
¡Viva México! Y sí, que viva. Lo deseo con todo el corazón. Que viva y que mejore. Que viva de veras, no que muera día a día enmedio de las obscenas escaramuzas entre soldados y narcotraficantes.

Que viva por siempre, pero libre. Independiente al menos de la corrupción cotidiana que protagoniza principalmente la deleznable clase política, corrupción de la cual somos sólo testigos los ciudadanos comunes, que no podemos o simplemente no queremos liberarnos. 

"No existe ya para nosotros ni el rey ni los tributos, llegó el momento de la emancipación, ha sonado la hora de nuestra libertad" -dijo Felipe Calderón en Dolores Hidalgo, Guanajuato, emulando al padre de la Patria.

Libertad. Eso es lo que deseo para mi país. Larga vida en libertad. Sin rey o similar y con justos tributos.  Con impuestos cuyo destino se vea en cada calle de México y no solamente en el lujo en que viven quienes lo gobiernan.

Lo que me impresiona es que justamente esas palabras tan fuertes y prometedoras hayan salido de la boca de un presidente que ha hecho de todo porque la soberanía, la tranquilidad y la paz social sean mera retórica.Y no es porque Calderón sea el único. Tampoco hay que cargarle la mano, que ya tiene bastante con su gris persona.

Nuestro presidente es más bien el más reciente de los responsables del caos, de la tragedia contínua de nuestra patria que por desgracia se nos "deshace entre las manos", como alguna vez sentenció uno de sus nefastos predecesores.

Amo mi patria -quiero repetirlo para que quede muy claro- y como muchos millones de compatriotas, también grité con toda la pasión que me une a mi tierra a pesar de la distancia un Viva México.sincero.
Luego de la emoción, sin embargo, me quedé pensando por qué mientras en el Palacio Nacional la fiesta era costosa, refinada y elitista, afuera los mexicanos verdaderos vivían un momento de alegría efímera que no era otra cosa que un paliativo al sufrimiento cotidiano.

Me pregunté también por qué en las nueva torre del Bicentenario de Toluca, un gobernante que aspira a llegar a ocupar el más alto cargo de la nación compartía la cena con 300 privilegiados que habrían pagado mil pesos por piocha para festejar con bombo y platillo, lejos de la plebe.

Seguramente es mejor que desde ahorita el galán de telenovelas conviva solamente con las personas que cuentan y no se roce demasiado con la masa. Debe seguir en su papel de divo y hacer muchos y muy buenos negocios, para tener el camino seguro y llegar a la grande en plena forma.

Y me pregunté además -y este fue un puro desahogo local- por qué motivo no todos los mexicanos que vivimos en el norte de Italia fuimos cordialmente invitados a la ceremonia del grito que se celebró en el hotel Marriot de Milán el 14 de septiembre.

Mientras que el Consulado mexicano ha cerrado sus puertas para cualquier trámite a quienes no viven en Lombardía "por falta de recursos económicos", y obliga a viajar a sus ciudadanos hasta Roma, no obstante vivan a pocos kilómetros de Milán, para la pachanga sí hay dinero. Qué pena.

Mis preguntas absurdas no tienen otra respuesta: porque en México, la Independencia es una utopía. Porque los mexicanos no nos hemos independizado del servilismo, y no hemos aprendido que nuestros gobernantes no son otra cosa que empleados pagados por nosotros, gracias a nuestros impuestos. Y sin embargo, les seguimos permitiendo vivir bien a costa de nuestros esfuerzos.

¡Ah, si de veras pudiéramos ser independientes! A lo mejor entonces cada día seríamos capaces de sentir ese fervor patrio, que nos duraría todo el año y por todos los años. Si pudiéramos de veras decidir qué tipo de país queremos... Si nuestro nivel educativo nos permitiera comprender, analizar, razonar y cuestionar, entonces se acabaría la pésima telenovela que nos vemos obligados a vivir, esta historia surreal en la que van siempre ganando los villanos y nosotros, pobres héroes con sueños y esperanzas vivimos solamente con la ilusión de que algún día llegará el final feliz.

Desde lejos, México se ve diferente. Provoca sentimientos encontrados. En la distancia, es posible observar el cuadro completo y es más sencillo opinar, es más fácil enojarse.
Pero a pesar de los miles de kilómetros de distancia, la tierra llama, la identidad nacional se magnifica. Por eso es inevitable decir de corazón ¡Viva México! Pero deseando que viva bien, porque en el fondo la esperanza existe. Basta mirar los rostros de las personas simples que luchan a pesar de los pesares. A ellos sí vale la pena llamarlos compatriotas. Por ellos. Para ellos.  Gracias a ellos. ¡Que viva México!

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